jueves, 7 de abril de 2022

José Manuel Navarro Sales, Pepito el Casca

Diario Información, Viernes 6 de abril 2018 

Cuando la vida juega sucio

Fue director de la Peña Lírica Alicantina, amante de las Hogueras y de la Semana Santa

07.04.2018 | 02:09

José Manuel Navarro, en una imagen de 2015.

Un alicantino comprometido que ayer falleció en silencio, después de haber sufrido un grave accidente de moto hace nueve meses. José Manuel Navarro Sales (Alicante, 1958), compañero de INFORMACIÓN durante 14 años, recibirá sepultura hoy, tras el sepelio que tendrá lugar esta misma mañana, a las 10.15 horas, en el Tanatorio de Santa Faz.
Éste es el artículo que nunca quise escribir. Y maldigo el tiempo de mi vida que le dedico y la razón que me ha llevado a hacerlo, a colocarme ante la pantalla del ordenador y a ponerme a teclear lo que no me pide el corazón, ni el deseo, ni la esperanza hecha pedazos que apenas me sostiene. Éste es uno de esos artículos que se escriben a golpes, casi a ciegas, a manotazos, con la tinta que supuran las entrañas y que nos dejan después vacíos, muy vacíos de algo y de alguien a quien resulta imposible volver, a quien no podemos alentar ni regresar porque la vida, de nuevo –y ya son muchas las veces–, ha jugado sucio.
Lo siento por los lectores de este diario que aún no sospechan de qué van mis palabras ni de quién les vengo a hablar; y lo siento porque eso significa que no tuvieron la suerte de conocer a José Manuel Navarro Sales, uno de esos seres que cualquiera desearía encontrarse de frente alguna vez e invitarle a pasar, a acomodarse en el corazón, para rogarle después que no se marche nunca. Pero la vida, como digo, es desatenta y desleal, y ha ido a soltarle de la mano en el momento de mayor confianza, cuando todos creíamos que la primera batalla estaba casi vencida, cuando todos esperábamos otro milagro de la primavera; esa primavera que le vio nacer el 22 de abril de 1958 en el barrio alicantino de la Villavieja, a las faldas del Benacantil, y con la que daba comienzo la intensa aventura de un hombre, en el mejor y más ancho sentido de la palabra, bueno.
No recuerdo cuándo y cómo nos conocimos, pero José Manuel, hasta donde me alcanza la memoria, ha formado y forma parte del paisaje humano de esta ciudad. Ya desde niño, y por poderosas influencias familiares, sintió la llamada de la música, especialmente de la lírica y la zarzuela. Siendo casi un adolescente, mientras estudiaba bachillerato nocturno y trabajaba como aprendiz de cuarto año de linotipias en el diario INFORMACIÓN, entró a formar parte del Grupo Lírico de Educación y Descanso. Tras 14 años como empleado en este periódico, en 1984 pasó a ser funcionario de carrera del Ministerio de Sanidad y a prestar sus servicios en el Centro de Vacunación Internacional de la Subdelegación del Gobierno en Alicante. Sin embargo, su pasión por la música, por la cultura y por las tradiciones que vivió desde niño ocuparon su agenda y sus días con verdadera intensidad.
No es anecdótico que sus inicios en la Fiesta del Fuego fueran como comisionado de la Hoguera Infantil de Puente Villavieja, que regresara a esta misma comisión ya de adulto y que el pasado año formara parte del jurado de Hogueras en categoría especial. Tampoco lo es su íntima vinculación a la Semana Santa alicantina, ya fuera como Mayordomo de la Hermandad de Jesús del Gran Poder y nuestra Señora de la Esperanza, ya como director artístico del grupo de teatro de la Junta Mayor de Hermandades y Cofradías de Alicante. Sin embargo, el talento y la capacidad creativa de José Manuel encontraron su sentido en la Peña Lírica Alicantina y en sus estudios y actividades sobre la zarzuela y la ópera. De la primera formó parte como directivo y como elenco desde su juventud, ocupando la dirección, junto a José Serraima, desde 2008 hasta agosto de 2017. Todo ello sin menospreciar su colaboración con distintas agrupaciones líricas (provinciales y nacionales), su participación en numerosos foros de opinión relacionados con el género lírico y sus colaboraciones en prensa.
Un sábado de abril de 2002 quedamos a desayunar, como tantas veces, en un café de la calle Gerona. Me habló de un proyecto que tenía entre manos: una investigación concienzuda, muy documentada, sobre la música lírica en Alicante, algo así como un repertorio completo de lugares, cantantes, actores, compositores, libretistas, escenógrafos y un lago etcétera de personajes dedicados a la ópera y a la zarzuela. Nunca he visto un rostro tan feliz como el suyo cuando cinco años después, en el Auditorio de la CAM, presentábamos el libro Diccionario de la Lírica en Alicante. Casi dos siglos de Zarzuela y Ópera. Aquel volumen de 440 páginas publicado por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert fue un sueño cumplido y una aportación más que valiosa a la cultura de esta provincia.
La amistad se ensanchó con el tiempo, y mi admiración por alguien como él creció de modo natural. Fue así como descubrí la mayor de sus pasiones: María Garberí, su mujer, y sus hijas Sara y Marietta. También su madre Francisca o sus nietas ocupaban parte de cualquier conversación, como el recuerdo del maestro Garberí, a quien tuve el privilegio de conocer y escuchar. Pero al amigo profundo, el que no conoce olvido ni doblez, lo encontré de frente hace apenas cuatro años. Un accidente de moto me convirtió en un hombre de cristal. Volvía de la universidad y acabé en el asfalto de la autovía con una importante fractura de pelvis y numerosas quemaduras que ya son cicatrices. Luego llegarían los meses de rehabilitación, muchas dosis de afecto y la presencia de ciertos amigos necesarios. Uno de ellos, acaso imprescindible, fue José Manuel, ya que venía a casa a diario a curarme las heridas, a ponerme la inyección de rigor y a administrarme la calma precisa para salir del pozo. Cuando el pasado 30 de junio me llegó la noticia de que era él quien se encontraba en urgencias, que de nuevo la fatalidad se cruzaban en el camino, sentí una punzada en el alma.
Sentí esa punzada en el alma que, durante nueve meses, han sentido conmigo cientos, miles de amigas y de amigos que le han querido por igual y que, por igual, se han agarrado a la esperanza. Hoy sabemos que la vida no ha jugado limpio, es cierto, pero también conviene recordar que alguien como José Manuel Navarro, ha formado parte de la nuestra y que él, haga ya lo que haga, es el impulso secreto que nos anima, el ejemplo claro de esos seres que adecentan el mundo y se marchan en silencio, descalzos, sin el menor ruido.